EL PENSAMIENTO REPUBLICANO 

Juan Luis Utrilla

 El pensamiento republicano podría definirse, como aquel que emanando de la ciudadanía, pretende lograr las libertades colectivas en conjunción con las individuales, en caso de que estas no anulen aquellas. Esta es la base del Estado Democrático, donde la soberanía recae sobre el colectivo el cual designa libremente a los representantes de sus instituciones, acatando solidariamente su legislación, siempre y cuando no contradiga los principios del Estado. Es por tanto vital que el concepto de Estado, se encuentre claramente plasmado en su Constitución, y su incumplimiento severamente sancionado. Nada ha de hacerse sin la aprobación del pueblo y para el pueblo, sobre él, nadie puede poseer instrumentos de presión ideológica, todas las ideologías han de estar a su servicio teniendo las mismas posibilidades, todas ellas, de ser presentadas al pueblo para que este opte libremente por sus representantes, la cultura, la sanidad, la instrucción, la vivienda, el trabajo, los medios de comunicación, las inversiones estatales, el ocio, la riqueza del Estado, ha de ser patrimonio del pueblo, verdadero soberano a cuyo servicio se encuentran tanto el gobierno, como la administración del Estado. El pueblo puede optar a aquello que libremente decida, tanto en el ámbito de elección de sus representantes, como en el tipo de asociación con Estado con relación a las Naciones y Regiones que lo componen. Es por tanto el pensamiento republicano, como máximo exponente de las libertades de los ciudadanos, partidario del federalismo. 

Nuestras experiencias históricas, tanto de los periodos republicanos, como de los intentos de consecución de un Estado Democrático, han de ser asimiladas y estudiadas como parte de nuestro bagaje de conocimiento, pero jamás basaremos nuestro análisis en el pasado. El pasado ya no existe, y es por tanto imposible que afecte a un presente, al presente le afecta la denuncia actual y el análisis sobre el futuro basado en actitudes tomadas en el presente, por lo tanto nuestra lucha ha de ser actual, basándonos en situaciones actuales y denunciando las carencias democráticas actuales. 

La transición como vía de prolongación traumática del franquismo, para los intereses de los defensores de esa dictadura, mantuvo un pacto que en el mejor de los casos fue de igual a igual, entre el anterior régimen y la oposición. Es por tanto lógico que también mantuviera esquemas del régimen franquista no superados. La ruptura frustrada, era necesaria, no por un afán de justicia, sino por terminar con una etapa, que mediante el tenor, enraizó en la sociedad española. Enraizó en la falta de cultura, en el dominio de la iglesia, en la incapacidad de analizar situaciones, en la falta de solidaridad, en el individualismo, en el miedo a ser uno mismo, en el desprecio a lo distinto. También enraizó en las grandes diferencias económicas, en la perenne legislación a favor de los poderosos, y posteriormente, como consecuencia de la mencionada prolongación del franquismo en la monarquía, el sistema actual enraíza en el desmantelamiento de un sindicalismo combativo, en La anulación de otras ideologías de derecha de centro o de izquierda, distintas a las oficiosas. Y sobre todo enraizó en la sociedad española, tras los largos años de represión y falta de libertad, el concepto de caudillismo.

Al Caudillo Franco le sucedió el Caudillo Juan Carlos de Borbón, figura intocable, que pretende aunar los principios de la Patria. El caudillismo juancarlista, no significa que en España exista un sentimiento monárquico, ni parece que a la familia Borbón, una vez cobrada la generosa factura que el Estado les abonó por los servicios